martes, 9 de octubre de 2012

Día +116: Obsesionada con no obsesionarme

En esta última semana, ni me he acercado a la báscula. No creo que merezca la pena pesarse todos los días. Además se suele variar de peso a lo largo del día, con lo cual si se te ocurre pesarte dos veces en un día, acabas como una regadera.

Casi todos los domingos hay ferias en los pueblos de Mallorca. Como en todas partes, supongo. Y este domingo pasado, además, había una feria en Esporles dedicada casi por completo a la repostería. Feria dulce se llama, y con razón. No había ido nunca, entre otras cosas porque si quieres aparcar en el pueblo tienes que madrugar un montón, pero este año mi hermana y yo nos pusimos de acuerdo y nos decidimos a ir.

La verdad, yo iba con un poco de miedo. Los dulces siempre han sido mi perdición. ¿Y si me paso comiendo y me sienta mal? ¿Y si acabo vomitando en mitad de la plaza del pueblo? ¿Y si...?

Mira, pensé, de perdidos al río. Si empiezo a ir a los sitios con esa mentalidad, en esta sociedad en que todos los actos sociales parecen girar en torno a la comida, más vale que me meta a monja de clausura.

Y al final, maravilloso. No sólo comí un par de dulces y probé un par de pastas que nunca había comido antes, sino que mi propio cuerpo fue el que me impuso la moderación. Sólo os digo que, de los cuatro que fuimos, yo fui la única que no comió hasta llenarse del todo. Eso sí, comprar compré mucho, pero me lo guardé para dosificarlo a lo largo del día. Es que la repostería mallorquina me pierde, sobre todo la salada. Tú dame una buena empanada de carne con guisantes y me harás feliz. Aunque no me la pueda acabar entera.

Eso sí, mejor luego no te acerques a la báscula. Para no llevarte un disgusto.

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