domingo, 14 de octubre de 2012

Día +121: De por qué soy tan afortunada.

Aunque no tengo nada médicamente relevante que contar (aparte de que hoy se cumple el cuarto mes), he pensado en aprovechar esta lluviosa tarde de domingo para reflexionar. Y ya que reflexiono, lo comparto con los que me leéis.

Antes de que sigáis, os advierto. Lo que sigue lo escribo como paciente, sí, pero también como enfermera. Al fin y al cabo, mi profesión es algo que uno acaba interiorizando, y la acabas llevando bajo la piel.

Casi todos los que os pasáis por aquí sois españoles y sanitarios, así que no os voy a contar cómo está el percal con tanto recorte. Y dicen que vienen más tijeretazos. Que no nos pase nada.

Nunca he sido partidaria de la sanidad privada. Supongo que es porque he trabajado en un par de clínicas privadas y sé cómo se gestionan allí las cosas. Aún recuerdo como en mis primeros tiempos tenía que lavar y reesterilizar las gasas. Y no hace tanto de eso, fue en 1999. Encantador, ¿verdad?

Lo triste es ver cómo la gestión de los centros públicos se está cortando con el mismo patrón. Ahora el único objetivo de todo es recortar gastos: se reduce plantilla, se trae material de peor calidad y se reduce el tiempo de ingreso hospitalario mientras la lista de espera llega a límites alarmantes. Parece que la atención a los pacientes (Pacientes que, en una amplísima mayoría, han pagado sus impuestos y tienen garantizado por la Constitución el derecho a la atención médica) ha pasado a ser lo menos importante.

Pero no. Los profesionales se han hecho cargo, nos hemos hecho cargo, de que los pacientes no tengan que notar lo mucho que se nos están apretando las tuercas. Tuve la oportunidad de comprobarlo en el exquisito trato de todo el equipo de enfermeras, que nunca me pusieron una mala cara (y es fácil ponerla cuando no encuentras una vía venosa en condiciones, o cuando te llaman por quinta vez a las cuatro de la mañana porque tu paciente no deja de vomitar); de los médicos, que me mimaron hasta lo indecible; hasta el personal de limpieza tiene siempre una sonrisa y una palabra amable. Aunque lleven tres meses sin cobrar sus sueldos.

Intento hacer lo mismo todos los días. Los pacientes que pasan por mis manos no están aquí por gusto. Ya tienen suficiente con lo que tienen, su temor, su incertidumbre ante lo que está por venir. No tengo por qué añadirles más ansiedad demostrándoles lo quemada que puedo llegar a estar.

Por eso pienso que soy afortunada. Porque, pese a todo y a todos, siguen, seguimos, haciendo nuestro trabajo lo mejor posible, para que a otros pacientes como yo la experiencia sea lo más traumática posible. Y muchas veces lo logramos. Cueste lo que cueste.


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